viernes, 19 de julio de 2013

Jaime Sabines - He aquí que tú estás sola y que yo estoy solo...



    He aquí que tú estás sola y que yo estoy solo.
    Haces cosas diariamente y piensas
    Y yo pienso y recuerdo y estoy solo.
    A la misma hora nos recordamos algo
    Y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya
    Somos, y una locura celular nos recorre
    Y una sangre rebelde y sin cansancio.
    Se me va a hacer llagas este cuerpo solo,
    Se me caerá la carne trozo a trozo.
    Esto es lejía y muerte.
    El corrosivo estar, el malestar
    Muriendo es nuestra muerte.
    Yo no sé dónde estás. Yo ya he olvidado
    Quién eres, dónde estás, cómo te llamas.
    Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,
    Una mitad apenas, sólo un brazo.
    Te recuerdo en mi boca y en mis manos.
    Con mi lengua y mis ojos y mis manos
    Te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,
    A siembra, a flor, hueles a amor, y a mí.
    En mis labios te sé, te reconozco,
    Y giras y eres y miras incansable
    Y toda tú me suenas
    Dentro del corazón como mi sangre.
    Te digo que estoy solo y que me faltas.
    Nos faltamos, amor, y nos morimos
    Y nada haremos ya sino morirnos.
    Esto lo sé, amor, esto sabemos.
    Hoy y mañana, así, y cuando estemos
    En estos brazos simples y cansados,
    Me faltarás, amor, nos faltaremos.

martes, 2 de julio de 2013

Jaime Sabines - No es nada de tu cuerpo...



No es nada de tu cuerpo

ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,

ni ese lugar secreto que los dos conocemos,

fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.


No es tu boca -tu boca-

que es igual que tu sexo,

ni la reunión exacta de tus pechos,

ni tu espalda dulcísima y suave,

ni tu ombligo en que bebo.


Ni son tus muslos duros como el día,

ni tus rodillas de marfil al fuego,

ni tus pies diminutos y sangrantes,

ni tu olor, ni tu pelo.


No es tu mirada -¿qué es una mirada?-

triste luz descarriada, paz sin dueño,

ni el álbum de tu oído, ni tus voces,

ni las ojeras que te deja el sueño.


Ni es tu lengua de víbora tampoco,

flecha de avispas en el aire ciego,

ni la humedad caliente de tu asfixia

que sostiene tu beso.


No es nada de tu cuerpo,

ni una brizna, ni un pétalo,

ni una gota, ni un grano, ni un momento.


Es sólo este lugar donde estuviste,

estos mis brazos tercos...

martes, 25 de junio de 2013

Carta a usted Señora - José Ángel Buesa

Carta a Usted Señora: Según dicen ya tiene usted otro amante. Lástima que la prisa nunca sea elegante. Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa, se resigne a ser viuda, sin haber sido esposa. Y me parece injusto discutirle el derecho de compartir sus penas sus goces y su lecho pero el amor señora cuando llega el olvido también tiene el derecho de un final distinguido. Perdón... Si es que la hiere mi reproche... Perdón aunque sé que la herida no es en el corazón Y para perdonarme... Piense si hay más despecho que en lo que yo le digo, que en lo que usted ha hecho. Pues sepa que una dama con la espalda desnuda sin luto en una fiesta, puede ser una viuda. Pero no como tantas de un difunto señor sino para ella sola, viuda de un gran amor. Y nuestro amor recuerdo, fue un amor diferente al menos al principio, ya no, naturalmente. Usted será el crepúsculo a la orilla del mar, que según quien lo mire será hermoso o vulgar. Usted será la flor que según quien la corta, es algo que no muere o algo que no importa. O acaso cierta noche de amor y de locura yo vivía un ensueño y... y usted una aventura. Si... usted juró cien veces ser para siempre mía yo besaba sus labios pero no lo creía. Usted sabe y perdóneme que en ese juramento influye demasiado la dirección del viento. Por eso no me extraña que ya tenga otro amante a quien quizás le jure lo mismo en este instante. Y como usted señora ya aprendió a ser infiel a mí así de repente me da pena por él. Sí es cierto... alguna noche su puerta estuvo abierta y yo en otra ventana me olvidé de su puerta O una tarde de lluvia se iluminó mi vida mirándome en los ojos de una desconocida. Y también es posible que mi amor indolente desdeñara su vaso bebiendo en la corriente. Sin embargo señora... Yo con sed o sin sed nunca pensaba en otra... si la besaba a usted. Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas pero ni los rosales dan solamente rosas. Y no digo estas cosas por usted ni por mí sino por... por los amores que terminan así. Pero vea señora... que diferencia había entre usted que lloraba... y yo que sonreía. Pues nuestro amor concluye con finales diversos usted besando a otro... Yo escribiendo estos versos.

martes, 23 de abril de 2013

Hermanos Quintero - La rosa del jardinero




Hermanos Quintero - La rosa del jardinero


Era un jardín sonriente;
era una tranquila fuente
de cristal;
era, a su borde asomada
una rosa inmaculada
de un rosal.

Era un viejo jardinero
que cuidaba con esmero
del vergel,
y era la rosa un tesoro
de más quilates que el oro
para él.

A la orilla de la fuente
un caballero pasó,
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.

Y al notar el jardinero
que faltaba en el rosal,
cantaba así, plañidero,
receloso de su mal:

-Rosa la más delicada
que por mi amor cultivada
nunca fue;
rosa la más encendida
la más fragante y pulida
que cuidé;

blanca estrella que del cielo
curiosa del ver el suelo
resbaló;
a la que una mariposa
de mancharla temerosa
no llegó.

¿Quién te quiere? ¿Quién te llama
por tu bien o por tu mal?
¿Quién te llevó de la rama
que no estás en tu rosal?

¿Tú no sabes que es grosero
el mundo? ¿Que es traicionero
el amor?
¿Que no se aprecia en la vida
la pura miel escondida
en la flor?

¿Bajo qué cielo caíste?
¿A quién tu tesoro diste
virginal?
¿En qué manos te deshojas?
¿Qué aliento quema tus hojas
infernal?

¿Quién te cuida con esmero
como el viejo jardinero
te cuidó?
¿Quién por ti sólo suspira?
¿Quién te quiere? ¿Quién te mira
como yo?

¿Quién te miente que te ama
con fe y con ternura igual?
¿Quién te llevó de la rama,
que no estás en tu rosal?

¿Por qué te fuiste tan pura
de otra vida a la ventura
o al dolor?
¿Qué faltaba a tu recreo?
¿Qué a tu inocente deseo
soñador?

En la fuente limpia y clara
¿espejo que te copiara
no te di?
¿Los pájaros escondidos,
no cantaban en sus nidos
para ti?

¿Cuando era el aire de fuego,
no refresqué con mi riego
tu calor?
¿No te dio mi trato amigo
en las heladas abrigo
protector?

¿Quién para sí te reclama?
¿Te hará bien o te hará mal?
¿Quién te llevó de la rama
que no estás en tu rosal?


Así un día y otro día,
entre espinas y entre flores,
el jardinero plañía,
imaginando dolores,
desde aquél en que a la fuente
un caballero llegó,
y la rosa dulcemente
de su tallo separó.




sábado, 16 de febrero de 2013

Antonio Machado - Señor, ya me arrancaste...

Antonio Machado - Señor, ya me arrancaste...

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.



(pica aquí)poetasandaluces

domingo, 6 de enero de 2013

Rafael Alberti - CADIZ

Hoy os dejo con un vídeo en donde podemos escuchar como le dice a su Cádiz...

Os lo pongo porque me ha cautivado...



Rafael Alberti
juanjobarcelona


Os dejo un vídeo más como enamorada de la poesía y de la mar... En la voz de la grande para mí, Rosa León.


Poetas Andaluces, ¿Qué será de tí?, Rafael Alberti
poetasandaluces

lunes, 31 de diciembre de 2012

Luis Chamizo - La Nacencia



Luis Chamizo - La Nacencia

Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s´agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d´un coló de naranjas se tiñeron.
A bocanás el aire nos traía
los ruídos d´alla lejos
y el toque d´oración de las campanas
de l´iglesia del pueblo.
Ibamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo,
mi mujé mu malita,
suspirando y gimiendo.
Bandás de gorriatos montesinos
volaban, chirrïando por el cielo,
y volaban pal sol qu´en los canchales
daba relumbres d´espejuelos.
Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban tamién los colorines
sobre las jaras y los brezos,
y roändo, roändo, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.
¡Qué tarde más bonita!
¡Qu´anochecer más güeno!
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos!...
- No pué ser más- me ijo- vaite, vaite
con la burra pal pueblo,
y güervete de prisa con l´agüela,
la comadre o el méico -.
Y bajó de la burra poco a poco,
s´arrellenó en el suelo,
juntó las manos y miró p´arriba,
pa los bruñíos nubarrones recios.
¡Dirme, dejagla sola,
dejagla yo a ella sola com´un perro,
en metá de la jesa,
una legua del pueblo...
eso no! De la rama
d´arriba d´un guapero,
con sus ojos roendos
nos miraba un mochuelo,
un mochuelo con ojos vedriaos
como los ojos de los muertos...
¡No tengo juerzas pa dejagla sola;
pero yo de qué sirvo si me queo!
La burra, que rroía los tomillos
floridos del lindero
carcaba las moscas con el rabo;
y dejaba el careo,
levantaba el jocico, me miraba
y seguía royendo.
¡Qué pensará la burra
si es que tienen las burras pensamientos!
Me juí junt´a mi Juana,
me jinqué de roillas en el suelo,
jice por recordá las oraciones
que m´enseñaron cuando nuevo.
No tenía pacencia
p´hacé memoria de los rezos...
¡Quién podrá socorregla si me voy!
¡Quién va po la comadre si me queo!
Aturdio del tó gorví los ojos
pa los ojos reondos del mochuelo;
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
qu´otras veces a mí me dieron risa,
hora me daban mieo.
¡Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo!
No cantaban las ranas,
los grillos no cantaban a lo lejos,
las bocanás del aire s´aplacaron,
s´asomaron la luna y el lucero,
no llegaba, rondo, de las sierras
el dolondón de los cencerros...
¡Daba tanta quietú mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio!
M´arrimé más pa ella;
l´abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo...
y a la luz de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó roändo,
y, prendío d´un pelo,
en metá de su frente
se queó reluciendo.
¡Que bonita y que güena,
quién pudiera sé méico!
Señó, tú que lo sabes
lo mucho que la quiero.
Tú que sabes qu´estamos bien casaos,
Señó, tú qu´eres güeno;
tú que jaces que broten las simientes
qu´echamos en el suelo;
tú que jaces que granen las espigas,
cuando llega su tiempo;
tú que jaces que paran las ovejas,
sin comadres, ni méicos...
¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo tú tan güeno?...
¡Ay! qué noche más larga
de tanto sufrimiento;
¡qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
Jizo Dios un milagro;
¡no podía por menos!

Toito lleno de tierra
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro...
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu´estaba
llorando y sonriyendo!
Venía clareando;
s´oïan a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d´agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj´una encina
del camino nuevo.
Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico.
Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pagó aquel beso...
¡Qué saben d´estas cosas
los señores aquellos!
Dos salimos del chozo,
tres golvimos al pueblo.
Jizo dios un milagro en el camino:
¡no podía por menos!




arinamha