jueves, 22 de noviembre de 2012

Rafael de León - La Profecía...



Rafael de León - La Profecía

«Y me bendijo a mi mare;
y me bendijo a mi mare.
Diez céntimos le di a un pobre
y me bendijo a mi mare.
¡Ay! qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande.
¡Qué limosna tan chiquita,
y qué recompensa tan grande!»

¿A dónde vas tan deprisa
sin decirme ni ¡con Dios!?
Me puedes mirar de frente,
que estoy enteraó de todo.
Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casasté hace un mes
y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera en mi caso,
se hubiera echado a llorar.
yo cruzándome de brazos
dije que me daba igual.
Y nada de pegarme un tiro
ni liarme a maldiciones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus balcones.
¿Que te has casado? ¡Buena suerte!
Vive cien años contenta
y a la hora de la muerte,
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los altares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi madre
que no te guardo rencor.
Porque sin ser tu marido,
ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más te ha querido,
y con eso, tengo bastante.

* * *

—¿Qué tiene el niño, Malena?
Que anda como trastornao,
tiene la carilla de pena
y el colorcillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destroza la ropa
subiéndose a coger niós.
¿No te parece a ti extraño,
no ves una cosa rara
que un chaval de doce años
lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo
y estás demasiado tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigila, mujer, ¡vigila!

Y fueron dos centinelas
los ojitos de mi mare.
—Cuando sale de la escuela
se va pa los olivares.
—Y ¿qué buscas allí? —Una niña,
tendrá el mismo tiempo que él.
José Miguel, no le riñas,
que está empezando a querer.
Mi pare encendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
te regaló unos zarzillos
y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije «te adoro»
pero amarré en tu barcón
mi laso de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofrecisté en recompensa
dos cintas color de rosa
que engalanaban tus trenzas.
—Voy a misa con mis primos.
—Bueno, te veré en la hermita.
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.
Más luego en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
—Dice mi tita Rosario
que la cigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente,
y las flores, y el rocío,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río;
y el bronce de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquella línea lejana
que la llaman... ¡horizonte!
¡Tó es sagrao: tierra y cielo
porque así lo quiso Dios!
¿Qué, te gusta más, tu pelo?
¡Qué bonito me salió!
—Pues y tu boca, y tus brazos,
y tus manos redonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas zuritas?
Con la pureza de un copo
de nieve te comparé;
te revestí de piropos
de la cabeza a los pies.
y a la vuelta te hice un ramo
de pitiminí, precioso
y luego nos retratamos
en las agüitas de un pozo.
Y hablando de estas pamplinas
que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina
cogiós por la cintura.
Yo te pregunté: —¿En qué piensas?
Tú dijiste: —En darte un beso-.
Y yo sentí una vergüenza,
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
—¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,
le estoy cantando una nana.

«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».

Y mientras tú cantabas
yo, inocente pensé
que nos casaba la luna
como a marío y mujer.

¡Pamplinas! ¡Figuraciones
qué se inventan los chavales!
Después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales;
por eso, yo al enterarme
que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba igual.
Más como es rico tu dueño,
te vendo esta profecía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás «¡cobarde!»
como te llamo yo.
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico
y se llevó la cigüeña
mi corazón en su pico.
Pensarás: «no es cierto ná,
yo sé que estoy soñando»;
pero allá en la madrugada
te despertarás llorando,
por él que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino él que más te ha querido.
y con eso, tengo bastante.
Por lo demás, tó se orvía.
Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:

«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere,
ni yo tampoco».

Pensarás: «no es cierto ná,
yo sé que lo estoy soñando».
Pero allá en la madrugá
te despertarás llorando.

Porque sin ser tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo soy... quien más te ha querio...
¡Y con eso, tengo bastante!





Pulsay

No hay comentarios: