De por qué te estoy queriendo no me pidas la razón pues yo mismo no me entiendo con mi propio corazón al llegar la madrugada, mi canción desesperada te dará la explicación.
Te quiero vida mía, te quiero noche y día no he querido nunca así te quiero con ternura, con miedo, con locura sólo vivo para ti.
Yo te seré siempre fiel pues para mi quiero en flor ese clavel de tu piel y de tu amor.
Mi voz igual que un niño te pide con cariño ven a mi abrázame porque te quiero, te quiero, te quiero te quiero, te quiero, te quiero, y hasta el fin te querré.
Te quiero con ternura, con miedo, con locura sólo vivo para ti.
Yo te seré siempre fiel pues para mi quiero en flor ese clavel de tu piel y de tu amor.
Mi voz igual que un niño te pide con cariño ven a mi abrázame, porque te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, y hasta el fin te querré.
Vino, primero, pura, vestida de inocencia. Y la amé como un niño. Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes. Y la fui odiando sin saberlo. Llegó a ser una reina, fastuosa de tesoros... ¡Qué iracundia de yel y sin sentido! ...Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía. Se quedó con la túnica, de su inocencia antigua. Creí de nuevo en ella. Y se quitó la túnica y apareció desnuda toda... ¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre.
Hoy os traigo tres poemas del poeta, Oscar Francino, amigo de Vicente Monera, que es él que ha hecho este vídeo y canta estos tres poemas, ya lo conocéis, puesto que os he dicho, que lo he conocido, hace tiempo en youtube. Los poemas son cortitos y muy lindos y, Vicente Monera, les pone su gran voz, la verdad soy una enamorada de su admirable voz.
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes a tus ojos oceánicos.
Allí se estira y arde en la más alta hoguera mi soledad que da vueltas los brazos como un náufrago.
Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes que olean como el mar a la orilla de un faro.
Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía, de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.
Inclinado en las tardes echo mis tristes redes a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.
Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas que centellean como mi alma cuando te amo.
Galopa la noche en su yegua sombría desparramando espigas azules sobre el campo.
vicentemonera
Nota aclaratoria: Los vídeos de Vicente Monera están perfectamente subidos, he descubierto que él amplia las fotografías a 16 por 9, ocupando así toda la pantalla del ordenador, al hacerlo así, cambian los códigos del vídeo. Y era tan sencillo como abrir cualquier otro vídeo con fotografías en otro tamaño, y cambiar el código como he hecho.
Donde sonó una risa, en el recinto del aire, en los pasillos transparentes del aire donde, un día sonó una risa azul, tal vez dorada, queda por siempre un hueco, un lienzo triste, un muro acribillado, un arco roto, algo como el desgaire de una mano cansada, como un trozo de madera podrida en una playa. Donde saltó la vida y luego nada echó a rodar, y luego nada, queda una cama deshecha, un cuarto clausurado, un portón viejo en el vacío, algo como un andén cubierto por la arena; queda por siempre el hueco que deja un estampido por el bosque.
De bruces, husmeando, rastreando unas huellas, tirando del hilo de un perfume, penetra el corazón por galerías que un latido de sangre subterránea horadó alguna vez y allí quedaron. Y que allí permanecen con su húmeda oscuridad de tigres en acecho. Penetra el corazón a tientas, llama y su misma llamada lo sepulta.
Donde sonó una risa, una vidriera, una delgada lámina de espacio estalló lentamente. Y no es posible poner de nuevo en orden tanta ruina.
Un nuevo aliento merodea. Llegan otros sonidos hasta el borde y piden su momento para existir. Afluyen nuevas formas de vida que al final toman cuerpo y se acomodan. Pero el tiempo ya es otro y el espacio ya es otro y no es posible revivir lo que el tiempo desordena.
En la cresta del agua o de la espuma donde una risa naufragó, ya nada podrá buscar, hundirse, hallar los restos, nadie podrá decir: éste es el sitio. El mar no tiene sitios y sus cimas son instantes de brillo y se disuelven.
Pero quedan los huecos, queda el tiempo. El tiempo es un conjunto de irrellenables huecos sucesivos. Donde sonó una risa queda un hueco, un coágulo de nada, una lejana polvareda que fue, que ya no está, pero que sigue hablando, diciendo al alma que, en alguna parte algo cruzó al galope y se ha perdido.